Los azahares, esas blancas flores,
que un año tras otro pasan el invierno, ocultos,
concentrando olor y belleza,
esperando los primeros días de sol y dulce calidez,
deseosos y deseando explotar en nuestros sentidos
con su belleza, su fragilidad
y la dulzura de su pacífico olor a cítricos.
Se expanden y nos embotan en las frescas mañanas, se engrandecen y nos emborrachan
con el frescor de los atardeceres,
Exprimidos por el deseado sol primaveral .
ese que calienta y abre los bellos botones blancos que a primeras horas de la noche o la mañana
nos regalan sus fragancias.
Esas notas florales que forman parte nuestra memoria,
como perfume de nuestras células,
como álbum fotográfico de nuestros sentimientos.
Ese olor que despertó nuestra conciencia juvenil,
el que nos transportó de la niñez a la pubertad
y veló el despertar hormonal
tras la belleza pura y eterna del azahar.
Ay, esos azahares... "..se engrandecen y nos emborrachan con el frescor de los atardeceres"...
ResponderEliminar¡Qué no sabrán ellos de nuestros despertares!
Saludos, poeta. Un abrazo.